La conducción de la principal central
obrera organiza una maniobra desestabilizadora contra el gobierno que más hizo
por los trabajadores en las últimas décadas. Un análisis desde la dinámica
política del Bloque Histórico Kirchnerista
Por Ernesto Espeche (*) | La presidenta
argentina Cristina Fernández adelantó su retorno al país antes de lo esperado:
canceló su disertación en la Cumbre de Río+20, en Brasil, para atender in situ
las urgencias desatadas a partir de un reclamo del sindicato de camioneros que
paralizó el abastecimiento de combustibles en el territorio nacional.
Si un espectador foráneo o un observador desprevenido se quedaran con la
foto política de un año atrás no podrían explicar con cierta facilidad esta
situación.
Meses atrás, Hugo Moyano se reconocía públicamente como uno de los
pilares del proyecto político iniciado en 2003 por Néstor Kirchner y
profundizado por Cristina Fernández desde 2007. Por entonces, el líder de la
Confederación General del Trabajo (CGT) llamaba a votar por la presidenta y
movilizaba a los trabajadores para defender el modelo nacional y popular frente
a los intentos desestabilizadores de la oligarquía.
Sus posiciones “duras” en relación al sostenimiento del rumbo
gubernamental le costaron innumerables operaciones mediáticas en su contra. En
ese sentido, son incuantificables las tapas negativas que el diario Clarín le
dedicó como parte de su estrategia deslegitimadora de los referentes más
visibles del arco social oficialista.
La central obrera, más allá de la figura de Moyano, fue un actor central
en el nuevo Bloque Histórico Kirchnerista (BHK) diseñado al calor de las
trasformaciones impulsadas desde hace nueve años. Los trabajadores organizados,
los jóvenes que (re) descubrieron la política, los movimientos sociales, la
intelectualidad crítica y las empresas productoras de bienes y servicios para
el consumo interno se constituyeron, en conjunto, en el sujeto central de la
nueva etapa.
Ese escenario posibilitó una marcada mejoría en la calidad de vida de
los trabajadores argentinos. La ecuación es inapelable: más ocupación, mejor
remuneración y presencia activa en los espacios de negociación sectorial.
Incluso, dentro del ideario oficial que da sustento al relato kirchnerista e
identidad al proyecto transformador se puede reconocer al “trabajo como motor
del crecimiento con inclusión”.
Sin detenernos en la biografía personal de Moyano –tarea infructuosa por
el riesgo a la personalización y/o simplificación- ni en la historia de la
tensión entre la principal central obrera y el peronismo en el poder –enfoque
de excesiva complejidad para las dimensiones de esta nota-, podemos pensar al
último paro de camioneros como el punto más alto del conflicto entre la actual
conducción de la CGT y el resto de los actores que coexisten en el BHK.
Con ello queremos decir que los trabajadores son parte de un
conglomerado cuya diversidad no admite posiciones monolíticas. El reclamo por
la elevación del mínimo no imponible para los trabajadores de ingresos medios y
altos, por ejemplo, es legítimo, tanto como la generación de políticas
redistributivas, como la Asignación Universal por Hijo, que avancen en la
inclusión de aquellos sectores que aún sufren las consecuencias desbastadoras
del modelo del ajuste infinito.
No se trata, en esencia, de planteos contradictorios. Se trata, más
bien, del reconocimiento de las coordenadas que intervienen en la puja política
–en las relaciones de fuerzas- frente los enemigos del proyecto. Parte de ese
reconocimiento implica la difícil tarea de evitar que los matices al interior
del BHK sean capitalizados por los sectores que apuestan por una salida
conservadora mediante prácticas destituyentes.
El reclamo del sindicato de camioneros y las apelaciones desmedidas de
la conducción de la CGT desbordan el espacio simbólico que contiene a las
diferencias de enfoque dentro del bloque transformador para participar, de modo
activo, de las estrategias desestabilizadoras. La escena televisiva que muestra
a Moyano llamando a un paro desde las pantallas del Grupo Clarín habla por sí
sola.
Es decir, el desabastecimiento como método juega en un terreno
objetivamente contrario a los intereses de los trabajadores, no solo por las
consecuencias materiales de la medida sino por su capitalización por parte de
los poderes concentrados, los mismos que, cuando gobernaron el país, pisotearon
las conquistas históricas de las clases populares.
La clave del corrimiento político de Moyano está, primero, en su
enfrentamiento con los sujetos que participan del BHK y, segundo, en el
desconocimiento de la conducción política del proyecto que más hizo por la
dignidad de los trabajadores en las últimas décadas.
Tampoco puede soslayarse el escenario de la interna de la propia CGT. El
actual Secretario General apoya las posibilidades de su reelección en una
alianza con los dirigentes opositores al gobierno -rancios exponentes de la
vieja estructura entreguista-, en un acuerdo con una minoría díscola de la
Central de Trabajadores Argentinos -CTA disidente- y, en el plano
extra-sindical, en las organizaciones políticas y sociales más identificadas
con la reacción. Moyano espera, entretanto, una señal positiva de algún sector
del Partido Justicialista dispuesto a caminar por una aventurada y extemporánea
construcción postkirchnerista. El gobernador de la provincia de Buenos Aires,
Daniel Scioli, ofreció para ese cometido los terrenos movedizos de sus
indefiniciones ideológicas.
La articulación con la oligarquía desestabilizadora sería, para Moyano,
un final político poco decoroso si pensamos en el lugar que le asignó la
historia. Más allá de su suerte, los trabajadores, en tanto parte del núcleo
del proyecto nacional y popular en curso, deberán reencontrarse con una nueva
representación. La profundización del rumbo transformador, en todo caso,
también descansa en la renovación de los cuadros dirigenciales de manera que
estén a la altura de los desafíos presentes.
(*) El autor es Director de APAS,
docente e investigador universitario, Doctor en Comunicación de la UNLP y
director de Radio Nacional Mendoza
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