Según mi querido amigo el Turco Aram, que dicen los cuentacuentos de Caracas, que El Pingüino lo estaba esperando allá arriba a Tribilín, para comenzar a armar el nuevo orden celestial, más democrático, inclusivo y justo. En el camino, cuentan, le sorprendió el olor a azufre, al pasar de largo la estación El Infierno, sin darle demasiada bolilla a George W. Bush, alias El Diablo, desde aquel memorable discurso en la ONU el 20 de setiembre de 2006.
Esto me lo contaron poco después de que Cristina Fernández, comenzara su regreso a Buenos Aires, tras despedir a su amigo Hugo Chávez, mientras millones y millones de venezolanas y venezolanos seguían haciendo horas y horas de cola para poder –también ellos- despedirse. Amor con amor se paga, decía Chávez. Lula miró para otro lado y dijo que no tiene apuro de reunirse con El Pingüino y Tribilín.
“Se repite la historia: Bolívar y Martí, Kirchner y Chávez”, comentó el embajador venezolano ante la OEA, Roy Chaderton. ¿Será que se juntaron los cuatro, con Martí, Sandino, el Pepe Artigas y el Ché?
Los venezolanos aprendieron en estos años quién era realmente Simón Bolívar, más allá de la figura acartonada que les impuso la elite. El historiador Norberto Galasso insistía en el verdadero San Martín: nacional, en tanto le legó su espada a Rosas por defender la soberanía y fue enemigo de Rivadavia expresión del imperio inglés; latinoamericano, en tanto luchó por la liberación y unificación de varios países, admiró a Bolívar y respetó a los pueblos originarios a quienes llamaba "nuestros paisanos, los indios"; popular en tanto escribió "odio todo lo que es lujo y aristocracia"; intervencionista en economía (como lo demostró en Perú) y hasta expropiador (como lo demostró en Cuyo).
Las oligarquías (y el tan dañino mitrismo argentino) impusieron el imaginario colectivo del odio y desprecio entre ambos libertadores, para seguir con el divisionismo que garantizaba la colonización. San Martín admiraba a Bolívar y tenía en Europa tres retratos suyos, uno delante de su propia cama, recuerda Galasso.
Mientras escuchaba a los cuentacuentos, ron mediante, la cadena nacional de televisión rememoraba los momentos en los que Chávez plasmó en un cuadro la imagen de Kirchner junto a la suya, y se la regaló a Cristina. Con este cuadro, “se evidenció la superación de las barreras más difíciles como son las psicológicas y las del nacionalismo reaccionario”, destacó Chaderton.
Enseguida, la televisión mostró imágenes de Chávez acompañado por el ex presidente de Brasil Luis Inácio Lula da Silva, a quien Chaderton consideró el mejor mandatario que ha tenido ese país y quien es un trabajador, un obrero. Y señalaba que Chávez, “en un giro genial, propone al pueblo venezolano que elija como su Presidente a un trabajador, al vicepresidente Ejecutivo Nicolás Maduro, como garantía de que esto va a continuar. Son grandes lecciones que mezclan la sabiduría del pueblo brasileño con la grandeza de Chávez. Ese es el mejor ejemplo”.
Ahora viene la etapa donde todos van a reclamar su lugarcito junto a la historia de Chávez, la etapa del Yo y Chávez. Dicen que se fue sin dejar un testamento. Dejó su vida, una patria, un plan de gobierno: hoy su testamento es su pueblo.
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