por Juan Manuel Pignocco.
El 9 de
julio de 1816, hace 196 años, en Tucumán, los hombres revolucionarios de estas
tierras lograron declarar la independencia de las Provincias Unidas de
Sudamérica.
Llevaban
ya seis años de gobierno propio, pero el período estaba signado por la guerra
contra el poder realista español, que no estaba dispuesto a perder sus
dominios, y los conflictos internos entre sectores que pugnaban por diferentes
proyectos de país, lo que generaba una gran inestabilidad política.
Algunos
datos no tan conocidos son importantes para comprender lo emblemático y
significativo de aquél hecho.
Uno de
ellos es que el proyecto más radical e interesante, era sin duda el de
Belgrano, quien asociaba la independencia política a una reforma profunda de
las condiciones económicas imperantes en el virreinato, es decir, la
repartición democrática de la tierra. Teniendo en cuenta las raíces históricas
de los sectores populares, y la necesidad de ganar legitimidad para defender la
revolución, Belgrano propuso coronar un rey Inca, Juan Bautista Tupác
Amaru, al mando de todo el territorio de las Provincias Unidas de Sud América.
Coronar un Rey Inca justamente permitía resolver el tema de la distribución de
la tierra porque la base de la nación incaica era la propiedad estatal no sólo
de las tierras sino también del agua, las simientes, las herramientas, los
recursos y los productos. EL proyecto permitía a su vez incorporar a la nación
artiguista, que defendía fuertemente la bandera de la federación y la
república. La Monarquía Inca sería una monarquía constitucional, con una cámara
vitalicia de Caciques y otra de diputados electos, y se suponía que debía ser
bien tomada por las masas indias guaraníes y charrúas que componían la mayoría
de las tropas del general oriental.
Aunque fue
aprobado por el Congreso, los diputados de Buenos Aires se resistieron e
impidieron esa forma de gobierno. No solamente estaban en juego prejuicios
raciales para explicar esa ferviente oposición, sino también, diferencias
concretas respecto de los proyectos económicos que estaban en disputa. La
importancia de la población nativa en el proceso revolucionario sí quedó
plasmada en el hecho de la que Acta de Independencia fue redactada en
castellano y en aimara.
La
oposición de Buenos Aires, y de los criollos terratenientes asociados al
comercio de exportación e importación, demostraba cómo, a pesar de la tan
luchada independencia política, la supervivencia y profundización del
latifundio sentarían las bases para una relación dependiente del comercio
exterior con las potencias, y hacia fin de siglo XIX, de los capitales y
manufacturas británicos.
El otro
elemento interesante es que unos días después, se le agregó una enmienda al
Acta de Independencia. Previendo la injerencia británica en la región, se
consignó especialmente no sólo la independencia de España, sino “de toda otra
potencia extranjera”.
Con la
derrota de los proyectos más democráticos, la Argentina independiente
políticamente no transformó la estructura latifundista, y los terratenientes
que se fueron haciendo cada vez más poderosos, armaron un proyecto
caracterizado por la dependencia en las nuevas condiciones del sistema
internacional, que tuvo su apogeo a principios del siglo XX.
Las
guerras mundiales mostraron el fracaso y la fragilidad de esa economía
dependiente, y los sectores populares fueron logrando la participación política
vedada por la oligarquía. Fue por eso que Perón, ya siendo
presidente, planteó que en su gobierno debía lograrse la Segunda
Independencia. El 9 de julio de 1947, se promulgó en la misma Casa
histórica de Tucumán donde se había declarado en 1816 la Independencia
Política, el Acta de la Independencia Económica. Era la consagración de
triunfo de un proyecto que por primera vez recuperaba la soberanía de los
recursos y de los servicios para la población, se deshacía del perverso
mecanismo del endeudamiento externo, ponía el motor de la economía en el
mercado interno y el impulso a la industria y afirmaba la independencia en el
sistema internacional, especialmente frente a los organismos internacionales de
crédito.
Allí dice
textualmente en el preámbulo:
“Nos, los representantes del pueblo y del
gobierno de la República Argentina, reunidos en Congreso Abierto a la voluntad
nacional, invocando la Divina Providencia en el nombre y por la autoridad del
pueblo que representamos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra la
justicia en que fundan su decisión, los pueblos y gobiernos de las provincias y
territorios argentinos, de romper los vínculos dominadores del capitalismo foráneo
enclavado en el país y recuperar los derechos al gobierno propio de las fuentes
económicas nacionales”.
El
derrocamiento de Perón, los posteriores vaivenes políticos y económicos, y
finalmente el modelo neoliberal que comenzó a instalarse desde la última
dictadura militar y que se consolidó con el menemismo nos alejaron de aquélla
independencia.
Hoy retomamos
esas banderas, apoyándonos en el camino que Néstor y Cristina abrieron, el
camino de una Argentina independiente, democrática, y unida a América Latina,
como lo soñaban Belgrano, Castelli, Moreno, Monteagudo, Güemes y San Martín.
Estamos recuperando resortes claves de la economía nacional: empresas como
Aerolíneas, Agua y Saneamiento, YPF, y nuestro sistema jubilatorio. Hemos
pagado la deuda que teníamos con el FMI y nos condicionaba a seguir sus
dictámenes económicos, hemos recuperado el mercado interno y el consumo como
motor del crecimiento, y finalmente, estamos logrando reposicionarnos en el
sistema internacional, con una política de derechos humanos y de igualdad de
avanzada en el mundo, de la mano de nuestros países hermanos, y
reclamando nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas.
Confío, estoy convencido, y tengo fé, que será
el peronismo, en esta oportunidad, el que concrete la independencia en los
ámbitos en los que todavía nos falta, porque históricamente y en la actualidad,
es el único proyecto que la tiene como bandera inclaudicable.
Un fuerte
abrazo, Juanma.
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