“Quien le da pan a perro
ajeno, pierde el pan y pierde al perro”.
Proverbio castellano citado por
Juan Perón en 1972
Reflexionando con el compañero y amigo Ernesto Jauretche.
Con
cierto arraigo en la realidad, el omnipresente y todopoderoso
proselitismo de los medios de comunicación concentrados está
empeñado en instalar una axiomática “renovación” como
necesaria evolución progresista del peronismo institucionalizado,
superador del “desmadre” kirchnerista. Producido en los despachos
exclusivos de la calle Esmeralda con excelente propagación
mediática, se está confeccionando un nuevo sentido común (claro,
opuesto al buen sentido, porque si fuera “bueno” no requeriría
la manufactura de los comunicadores dominantes).
¿Qué
significa este invento en boga que declara rescatar la identidad de
la “renovación peronista” de los años 80?
Antonio
Cafiero fue muy celebrado en estos últimos días. Y es congruente,
porque la renovación massista, mal llamada “peronismo renovador”,
aspira heredar las virtudes de aquellos acontecimientos, a los que
define implícitamente como su antecedente histórico. Pero a la que
justicieramente se llamó ”Renovación Peronista”, así con
mayúsculas, teniendo en cuenta su jerarquía en la tabla de valores
de la leyenda pública, ya la vivimos, es pasado… y pisado.
Lo
que entonces fue tragedia hoy es comedia.
Un
intento generoso de definición de aquella experiencia nos llevaría
a considerar la necesidad que tenía el peronismo (como hoy) de
superar una derrota electoral (¡la primera en su historia!). De tal
modo, significó incorporar a su acervo ciertos novedosos tópicos
republicanos establecidos por el ganador, el alfonsinismo, con el
objeto de articularlos con el legado nacional y popular propio del
movimiento fundado por Juan Perón.
Desde
otro ángulo, menos coyuntural, la “renovación peronista” de los
años 80 trataba de intervenir en la histórica tensión entre el
"país liberal" y "la patria peronista", con el
objeto de reinsertar electoralmente al Partido Justicialista en la
realidad argentina post dictadura.
Desde
el antiperonismo rabioso se ha afirmado que la “renovación
peronista” fue el esfuerzo más serio de fundar un peronismo
democrático, respetuoso del estatus quo y los buenos modales.
¡Lástima que después apareció un tal Néstor Carlos Kirchner, que
demolió la empeñosa tarea de hacer del peronismo un socio más del
régimen político que sostiene al neoliberalismo depredador!
Estaba llegando a la política “la generación diezmada”.
Hay
incluso quienes creen que el peronismo es cosa del pasado, que está
caduco. Y dentro de nuestras propias fuerzas están los que afirman
que sin Perón no hay peronismo. Tal vez sea cierto. Pero cualquier
construcción que aspire a representar los intereses de los pueblos,
volverá a pensar en los mismos términos históricos: las tres
banderas, Soberanía, Independencia y Justicia Social. Más la unidad
continental de la Patria Grande.
Hoy
el peronismo trata de rehabilitarse de los errores y fracasos que lo
llevaron a sufrir una derrota electoral. ¿El meneado “peronismo
renovador” del presente será legítimo sucesor de aquella
“renovación peronista” que lideraron Cafiero, Menem y Grosso en
los 80 para competir con el radicalismo?
Si
lo intentara, sería por un camino nuevo, diferente, porque el
alfonsinismo no era idéntico (ni cerca) a lo que hoy expresa el
macrismo.
Para
acudir al humor: la derrota del 2015 no se parece a aquella de 1983.
A la luz del actual momento político y económico tenemos la
tentación de decir: “Volvé Alfonsín, perdonanos”.
Tal
vez sea necesario apelar a la memoria. Recapitulemos.
El
peronismo tenía un cuerpo principal: el Movimiento. Y, a veces,
cuando era oportuno, desplegaba una estructura legal: el Partido
Justicialista.
El
Movimiento tenía su columna vertebral: el movimiento obrero
organizado. Una institución permanente, líder del todo social. Al
principio, en las elecciones de febrero de 1946, los dirigentes
obreros poblaron con abundancia las papeletas Laboristas. Luego,
desde las raíces, desarrolló “la resistencia” y, es razonable y
justo, se adaptó al escenario de conflicto cuando hizo falta, con
algunas deslealtades y muchas bravuras.
Entre
el Movimiento y el Partido existió siempre una relación de tensión
y a veces de conflicto abierto. Aunque parte de un mismo
“dispositivo”, diría Perón, eran dos sujetos autónomos en el
protagonismo de la gran revolución peronista.
A
partir de 1955, proscripto el Partido Peronista, el Movimiento, una
construcción genuinamente popular, diríamos espontánea, de base,
natural, sencilla, de disciplina laxa y límites imprecisos, creadora
de hechos e ideas ideológicamente intransigentes pero políticamente
flexibles, fue la herramienta política del pueblo a lo largo de
muchos años de prohibición y acoso. “Yo nunca hice política,
siempre fui peronista”, sintetizó Soriano. Su resultado: el
famoso “empate hegemónico”. Ni el peronismo conquistaba el
gobierno desde las luchas sociales ni el sistema político
demoliberal conseguía gobernar el país desde su fraudulenta
legalidad.
De
contextura políticamente plural y socialmente amplia, desplegó a lo
largo de 18 años sus formas y métodos de lucha elaborados en la
experiencia de acierto y error en defensa de los intereses de todos
los trabajadores y representó y normalmente lideró, con distintas
identificaciones, toda acción popular reivindicativa de derechos
conculcados o a conquistar.
El
Movimiento era la caldera que proveía de energía al cuerpo social
argentino; pero no sólo eso: era, además, la fragua de la
militancia; el lugar donde se procesaba la selección de la
dirigencia que devenía política en cada demanda social o protesta,
en cada coyuntura insurreccional o electoral.
Así,
el Movimiento, inmenso fogón de las utopías, iluminado por los
antiguos combates por la emancipación, enarboló los programas que
alimentaron el discurso y la práctica de la militancia contemporánea
(La Falda y Huerta Grande, de la CGT de los Argentinos, los 26 puntos
para la Unificación Nacional de Ubaldini).
Las
ideas y las propuestas concretas del Movimiento y el aliento de la
movilización de las bases, apremiaban a las dirigencias políticas y
sindicales y les dictaban cuál era su papel frente al poder. Desde
“el timbreo”, las UB territoriales, las organizaciones libres del
pueblo, los centros de estudiantes, las comisiones internas de
fábrica y todo nucleamiento de actividad política popular, los
dirigentes intermedios del Movimiento, a los que se conocía como
“cuadros”, eran quienes hacían llegar a las conducciones
superiores los reclamos y las propuestas populares. Lugar común:
correa de transmisión entre la dirección y las bases.
La
Triple A, parapolicial estatal nacida de una conspiración
antipopular y antinacional en los últimos tiempos del gobierno
peronista que asumió el 25 de mayo de 1973, y los grupos de tareas
desplegados desde los cuarteles de las Fuerzas Armadas a partir del
24 de marzo de 1976, tuvieron una coincidencia lógica y fatal:
dedicarse científica y metódicamente a descabezar al Movimiento, es
decir, a eliminar su vanguardia orgánica, arraigada en las masas,
decidida hasta el heroísmo, intelectualmente esclarecida,
ideológicamente convencida y políticamente determinada.
Gráficamente: pasar el cedazo, descremar la organización de los
sectores populares, hacer manteca con sus líderes y tirarlos al río.
¡Y
lo lograron! Su estrategia criminal tuvo éxito.
El
Movimiento, un cuerpo descuartizado por el genocidio, sufrió la
amputación de su principal órgano funcional: se quedó sin corazón
(Megafón lo reconstruyó simbólicamente pero, atención, nunca
halló los testículos). Los 30 mil desaparecidos habían sido los
autorizados para hacer correr la sangre de la lucha popular por las
venas de la sociedad.
¿Qué
quedó entonces del orgulloso e imbatible peronismo?
Los meses posteriores a la debacle electoral dieron lugar a un proceso turbulento en el interior del movimiento en el que se acusaba por los resultados electorales a los líderes identificados con la vieja guardia “movimientista”, el entonces jefe de las "62 organizaciones" Lorenzo Miguel y el representante del Partido Justicialista bonaerense Herminio Iglesias (denominados "los mariscales de la derrota").
Para
superar el descalabro que el triunfo de Alfonsín ocasionó a un
peronismo desvastado, las dirigencias partidarias, lejos de promover
un retorno de la militancia de base y de sus organizaciones
históricas, desmovilizaron política, social y civilmente a la nueva
juventud justicialista. Nada fue más claro que la desautorización
partidaria a la militancia que salió a defender la democracia frente
a la agresión carapintada. A la claudicación radical -“La casa
está en orden”- la dirigencia peronista respondió: “No hagan
ola”.
Vinieron
a terminar de liquidar al Movimiento, indefenso después del
genocidio procesista, como obstáculo para “institucionalizar”
definitivamente al Partido Justicialista en el sistema político
demoliberal argentino. Esto es, convertirlo en uno más de los
irrepresentativos modelos partidarios vacíos de programa que
demandan votos vía marketing para cada instancia electoral.
Sin
embargo, no eran para nada contradictorios los mandatos de
reivindicar la doctrina y a Perón con la revalorización de la
democracia. Todo lo contrario. Pero en su momento Cafiero lo
advirtió: "Algo muy grave sucedió entre nosotros; se
tiró por la borda el Movimiento y se lo reemplazó por la burocracia
partidaria... cargos electivos de los más encumbrados se adjudicaron
con fraude y violencia; el triunfalismo infantil, el oportunismo
feroz, la declinación moral y la soberbia sectaria: he allí el
sustituto de aquello de que primero la Patria y el Movimiento”.
Se
constituyó así una corporación de profesionales de la política,
que acceden a los puestos de representación pública no por arte y
decisión de las bases sino como producto de las roscas en “las
internas” y del sistema de relaciones de los lobbies económicos
que se ofrecen constantemente a apoyar y financiar campañas a cambio
de privilegios y concesiones. Partidos cautivos de las encuestas que
hacen empresas que son mentores políticos: los hechiceros de los
nuevos tiempos, que dicen quién va a ganar y apuntan a quién votar.
Partidos prisioneros del mensaje masivo de los medios de comunicación
corporativos. Partidos cobardes.
¿Lo
recuerdan? La “Renovación Peronista” terminó su travesía
asfaltando el camino para el arribo de Carlos Menem y el más crudo
neoliberalismo al poder. ¿No está claro acaso que, si logra una
plataforma “peronista” Sergio Tomás Massa será el nuevo Carlos
Saúl Menem?
Ese
es el espécimen que se amontona en Esmeralda y el programa de la
actual “renovación peronista”, idéntico al conjunto de los que
usufructúan el caduco sistema político argentino para su propia
prosperidad o la de sus mandantes, cuando multitudes que pueblan las
plazas de todo el país rechazan las medidas económicas del
gobierno. ¿Seremos tan necios de tropezar dos veces con la misma
piedra?
¿Serán
peronistas estos muchachos? Parece que apenas les da para continuar
trillando el camino que nos llevó a la derrota en 2015: anteponer
los intereses de los hombres a los de la Patria y el Movimiento.
Esmeralda
desperdicia la oportunidad histórica de recuperar el justicialismo
para el pueblo y el coraje de ser el sepulturero de la mayor
corrupción estructural: la de la oligarquía argentina y las
corporaciones extranjeras en el gobierno nacional.
En
cambio, propone “gobernabilidad”, siendo que si le va bien a
Macri es porque al pueblo argentino le va mal. Es un conflicto
antagónico, como son antagónicas las disputas por la renta
nacional: si no se beneficia el pueblo es porque las corporaciones se
la están llevando; cuando no se gobierna explícitamente para el
pobre se favorece implícitamente al rico.
No
muchachos, compañeros peronistas del grupo de la calle Esmeralda:
con Macri no hay negocio sino capitulación.
Planteamos
la solidaridad frente a la ética capitalista de Macri, donde toda
conquista colectiva conspira contra las ambiciones personales, última
ratio de su conciencia individualista depredadora llevada al poder.
Es
el marco ético inmoral del liberalismo: sálvese quien pueda, ya que
el fin justifica los medios.
Es
la ideología liberal (que en las potencias no se practica, pero se
la inculca a las colonias): si a mi me va bien (ejemplo: Rockefeller
empezó vendiendo diarios) al país le va bien. Lo sabemos, es
falso. Pero tenemos que terminar de convencernos de lo contrario: si
a toda la sociedad le va bien, a mi me va bien. Como lo expresaron
las 62 Organizaciones: “Si todos los argentinos estamos bien,
los trabajadores estaremos mejor”. Según Perón: “Ningún
ciudadano se realiza en una Nación que no se realiza”.
El
egoísmo individualista mata la ilusión de un futuro mejor para
todos: en el todos estamos cada uno de nosotros como ciudadanos, como
personas, como individuos con necesidades, deseos y esperanzas. No
hay héroe individual; el héroe es colectivo, sentenció Oesterheld.
Toda
connivencia con Cambiemos, tal lo que alienta Sergio Massa, es un
absurdo o una rematada traición: sólo habrá coincidencia en el
marco de una regresión argentina a los años de Menem, Cavallo y De
la Rúa, o a los de la “colonia próspera”.
No
habrá conformidad, por parte de un peronismo que nunca claudicó en
su esencia ética cristiana, con la ética protestante, "espíritu"
del capitalismo.
Nuestras
diferencias con Macri no son cuestión de modales, sólo políticas,
metodológicas, técnicas, operacionales: son fundamentales,
ideológicas, éticas, y hasta morales. Nos ofende no únicamente
como peronistas y populares sino como individuos, como ciudadanos,
como seres humanos iguales en el todo y en el respeto al otro. Y
hasta tenemos diferencias históricas: provenimos de ramas enemigas.
Fuimos sanmartinianos y fueron rivadavianos; fuimos federales y
fueron unitarios; defendimos la soberanía y fueron probritánicos;
fuimos anarquistas, socialistas, comunistas y radicales y ellos
fueron conservadores, fraudulentos, fusiladores y golpistas. 200 años
y nada nos une; todo nos separa.
¿Qué
queda entonces de aquel Movimiento? Todo: es la Patria.
La
victoria sólo es posible si lo convocamos, lo resignificamos y lo
organizamos, como hicieron Perón, Cámpora y Kirchner.
Hay
no más de dos opciones: poner palos en la rueda, dificultar por
todos los medios posibles el éxito de las políticas antinacionales
y antipopulares de Macri, o acompañarlas tratando de sacar mezquinas
ventajas y… me cago en todo lo demás.
¿Son peronistas estos
“renovadores” de hoy? Que den respuesta verdadera al fundamento
peronista: “Dividimos
al país en dos categorías: una, la de los hombres que trabajan, y
la otra, la que vive de los hombres que trabajan. Ante
esta situación nos hemos colocado abiertamente del lado de los que
trabajan”.
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